martes, 24 de enero de 2012

CAPÍTULO II


Eran las siete de la mañana y... ¡LEVANTAROS NENAZAS, VAMOS, RÁPIDO! Nos gritaba el sargento. Yo, que era mi primera vez que me levantaba de ese modo, lo hacía a una velocidad  paulatina por que no estaba acostumbrado. Juan me daba enpujoncitos para que me levantara y a los diez segundos lo hice. Teníamos cuarenta segundos para vestirnos, y por desgracia, no llegué a hacerlo del todo y tuve que salir a correr sin las botas ni la chaqueta. Al acabar de correr, me fui a la ducha. Era la mejor ducha que me había dado en la vida. Nunca olvidaré ese día.
Juan me daba consejos de como tenía que portarme en la mili, aunque para mí eran muy raros. Para los soldados que ya tenían un tiempo allí, era algo normal. Rondaban las cinco de la tarde y vino el sargento. Tocaba practicar tiro. Tenía que vestirme con uniforme de guerra. Cuando nos fuimos a la pista, el sargento me llamó y me dijo que yo no podía practicar con los demás, ya que no tenía ni idea de disparar. Juan se ofreció como voluntario para enseñarme. Cuando cogí el arma, por unos segundo me sentí como un guerrero, me sentí fuerte, valiente, capaz de comerme el mundo. En un instante me sentí como Alyosha en la Batalla del soldado. A la hora de disparar, Juan cogió el arma y me hizo una demostración, y yo con una confianza enorme, cogí el rifle y... ¿Os lo imagináis? casi le doy a un compañero que estaba a cuarenta y cinco metros de mí. No me lo podía creer, me entró un miedo que no pude ocultar a Juan, pero Juan me dijo que nadie se enteraría y que el soldado al que casi mato no diría tampoco nada. Me dijo que todos éramos como una familia y que no pasaba nada. Al final de las prácticas, por fin aprendí a disparar. Al día siguiente, no pasó nada en concreto ya que hicimos totalmente lo mismo, pero tengo que decir que llegué a vestirme y disparé muy bien, algo que me puso contento por dentro.

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